Por Giorgio Trucchi | LINyM
Las ráfagas rompieron el bullicio del aeropuerto Toncontín en Tegucigalpa. Comenzaron mientras la multitud en resistencia esperaba la llegada del avión que traía de regreso al presidente Manuel Zelaya, víctima de un golpe de Estado cívico-militar que lo había derrocado una semana antes.
Me puse a correr con otros colegas hacia la plazoleta donde una simple malla metálica
separaba la calle de la pista de aterrizaje. El despliegue militar era impresionante y las ráfagas no cesaban.
Cuando
llegamos había sangre, mucha sangre en el suelo, mucha confusión, gritos de enojo y de indignación. En medio de la tensión ya se hablaba de uno, tal vez dos muertos por las balas
asesinas de francotiradores.
Desafiando el fuego de decenas de militares tumbados en el suelo, la gente enardecida quería avanzar hacia la pista, donde los golpistas habían puesto varios vehículos para impedir el aterrizaje del avión que traía al presidente legítimo de Honduras.