La unidad no es un lujo, es cuestión de supervivencia. Los luchadores por la independencia, los más grandes pensadores y líderes de América Latina lo han tenido muy claro; y va siendo hora que terminemos de aprender sus lecciones.
Desde bien temprano Bolívar, Sandino, Martí y muchos otros entendieron y legaron a las generaciones por venir que el futuro de América Latina necesitaba de la concertación fraterna de sus pueblos. “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”, decía Bolívar.
No hablamos de una simple sumatoria de pueblos bajo la tutela de quien tenga la mayor riqueza, el mayor territorio, el mejor andamiaje político-institucional. Nuestros próceres fueron directos en definir el tipo de integración que se necesitaba, sus límites geográficos y quienes no debían estar por considerarse la peor amenaza a cualquier esfuerzo de unidad. Para Sandino, “la patria de la raza indohispana comienza desde las riberas del Río Bravo y termina en el confín sur de la Tierra del Fuego”, considerando al gobierno EEUU como enemigo de estos pueblos indohispanos.
¿Por qué si desde fechas tan remotas tenemos trazada una ruta integracionista clara, luego retomada con fuerza por otros grandes como Fidel Castro y Hugo Chávez, continuamos sin fortalecer ese frente común? La respuesta va implícita en otra interrogante ¿A quién o a qué intereses favorece una América Latina desunida, o juntada a medias bajo protectorados colonialistas?
Es tan obvia la respuesta como la necesidad que tenemos de consolidar nuestros propios espacios de consenso, de convergencia civilizada, sin las barreras artificiales que nos han querido imponer por años. Nuestros pueblos son sabios, los unen siglos de compartir la misma cultura, las mismas dificultades y saben que en muchos casos conflictos políticos son motivados o azuzados desde fuera, por quienes quieren que nos veamos como enemigos y no como vecinos.
¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? Lo preguntaba Fidel en 1959, durante su visita a Caracas, y parece que nos lo pregunta hoy, 62 años después.
La Doctrina Monroe, la política del Destino Manifiesto y en particular la Organización de Estados Americanos (OEA), son instrumentos de la proyección geopolítica de EEUU hacia América Latina y el Caribe y que nos venden como mecanismos propios para “empoderar y democratizar” la región. Sobran los ejemplos de cuanta “democracia” made in USA en forma de golpes de Estado ha traído la OEA al continente.
Nada puede esperarse de un mecanismo creado a imagen y semejanza de Washington, con su sede en ese país, cuyo sistema Interamericano de Derechos Humanos, por ejemplo, es mayoritariamente financiado por EEUU. El vecino norteño es el “donador” de los 9 millones 338 mil 888 dólares del proyecto “Incrementar la efectividad del trabajo de la CIDH durante 2018-2022”, sólo por citar un dato.
Latinoamérica tiene necesidades comunes que las transnacionales y el neoliberalismo no van a resolver. Nos urge crear o consolidar alternativas propias que faciliten la independencia económica, mecanismos de integración real, sobre bases justas y mutuamente ventajosas, basadas en la complementación económica, la cooperación, la solidaridad y la voluntad común de avanzar.
Los gobiernos pasan pero los pueblos quedan. Es hora de madurar. Con respeto a nuestras diferencias y la voluntad del diálogo civilizado hay muchos campos en los que podemos trabajar. La salud, el enfrentamiento a la pandemia de la Covid19, la educación, el medio ambiente, la migración ordenada y segura, son algunos frentes.
Fidel en 2003, en entrevista al medio argentino Clarín, afirmó: “Yo creo, de la misma forma en que los latinoamericanos piensan que hay que unirse para buscar soluciones a la gravísima crisis económica, hay que unirse para buscar solución al problema de la paz y la unidad de las naciones latinoamericanas sin injerencia alguna de Estados Unidos. No le conviene a este hemisferio ninguna intervención, por el destrozo que causaría a nuestros pueblos y sus riquezas. Por lo demás, no conduciría a nada ni liquidaría la violencia, todo lo contrario”.
Más de 200 años después del sueño de Bolívar y de arduas luchas se logró constituir la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un espacio propio donde es posible no sólo esta convergencia armoniosa, sino proyectar a América Latina como un fuerte interlocutor ante otros bloques y potencias. CELAC es esa opción necesaria y viable para resolver los problemas que aquejan al continente y promover el trato de igual a igual en un contexto neoliberal donde proliferan las tendencias al individualismo y al “sálvese quien pueda”. Fortalecer CELAC es darle la voz y la fuerza a América Latina que EEUU y su desprestigiada OEA le han usurpado.
“Es la hora del recuento y la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes” – José Martí